miércoles, 17 de febrero de 2010

MEMENTO HOMO

Cada año, el Miércoles de ceniza inicia la Cuaresma para los católicos, un tiempo para vivir con más recogimiento y calibrar el peso de nuestra vida cara a Dios. La recepción de la ceniza, como sacramental que es, concede una serie de gracias para recorrer este tiempo con la mirada puesta en la meta, en la Vida eterna con Dios.
Una interesante película titulada “The Bucket List” plantea algunas cuestiones fundamentales a este respecto. Dos enfermos de cáncer tienen los días contados y se hacen amigos en el hospital, a pesar de tener grandes diferencias de raza, de cultura, de pensamiento y de posición social.
Uno de ellos es rico pero descreído, el otro es normal hasta en las creencias elementales, no específicamente cristianas. Hizo una lista de aquello le habría gustado disfrutar en vida, y el rico le propone cumplir juntos todos esos deseos, siguiendo la máxima de “ahora o nunca”.
Se ponen a ello y van descubriendo las cosas importantes de la vida, comenzando por los caprichos e ilusiones, los viajes para contemplar la belleza del mundo. De modo ascendente, llegan a valorar el amor de las personas, y a intuir la realidad que les aguarda más allá de la muerte.
Nacidos para vivir
Estamos hechos para vivir, no para morir. Las verdades sobre la vida eterna no aparecen como un meteorito errante sino que están vinculadas con otras verdades, que la inteligencia conoce iluminada por la fe.
Entre ellas, recordemos el sentido de la victoria de Cristo sobre la muerte mediante su gloriosa Resurrección; la visión cristiana de la muerte en Cristo que se expresa en la Liturgia de difuntos; la Justicia y Misericordia de Dios que actúa con su providencia en la tierra pero que resplandecerá plenamente al fin de los tiempos.
Y también la existencia de un Juicio final que completará el Juicio particular del alma al morir, semejantes ambos en cuanto a la sanción pero distintos en la forma y en su trascendencia humana. Además, el tiempo de la tierra, visto como un tiempo para corresponder a la gracia y para luchar por ser fieles a la vocación cristiana para santificar este mundo.
El Cielo contrasta absolutamente con la realidad del Infierno, reservado a quienes voluntariamente se obstinen en rechazar a Dios y permanecer libremente en sus pecados, desoyendo tantos avisos de la gracia y de la Iglesia.
Porque parece que algunos han pretendido instalarse en esta tierra como si fuera lo definitivo, desarrollando incluso ideologías para establecer el paraíso en este mundo sin contar con Dios, en una orgullosa exaltación de autonomía humana.
Para un cristiano la vida eterna comienza inmediatamente después de la muerte, y ya no tendrá fin. Será precedida para cada uno por el juicio particular ante Dios y ratificada al fin de la historia en el juicio final. La esperanza teologal no nos aparta del mundo, sino que nos lleva a meternos de lleno en él para ordenarlo a Dios, lo cual requiere vivir el espíritu de las Bienaventuranzas enseñadas por Jesucristo.

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